Desde los tiempos de Karl Marx se habla de la división y lucha que hay entre trabajador y capital, y dejando de lado toda discusión ideológica y sociológica, lo cierto es que la economía prospera gracias a la concurrencia de estos dos elementos, pues no puede haber capital sin trabajo, ni trabajo sin capital.

Las empresas existen porque hay trabajadores que les permite funcionar, y los trabajadores tienen trabajo porque las empresas existen. Es un matrimonio obligado que como todo matrimonio produce desavenencias y rupturas.

En esta nota nos colocaremos en los zapatos del empresario, del empleador que debe contratar personal  a cambio de un salario para hacer que su empresa funcione.

El trabajo es desarrollado por seres humanos, y como seres humanos cometemos muchos errores que hacen que gestionar personal sea en muchos casos un gran dolor de cabeza, y para disminuir esos dolores de cabeza es preciso hacer lo posible por contratar las mejores personas, pero ello no es fácil por cuanto el ser humano suele tener dos caras: la que muestra cuando tiene interés en algo y la que muestra cuando el interés ya ha disminuido.

La persona que llega buscando trabajo no siempre es la misma que se va con el contrato firmado debajo del brazo, de modo que la tarea del reclutador es tratar de identificar esa cara que el postulante trata de ocultar a los ojos de su evaluador.

En los manuales de recursos humanos se tiene dicho que hay que buscar determinadas cualidades en una persona para ser contratada, que a decir verdad  se han convertido en frases de cajón que poca utilidad tienen a la hora de identificar cómo se comportará una persona una vez sea contratada, y entre esas cualidades manidas encontramos las siguientes:

  • Trabajo en equipo
  • Proactividad
  • Positividad
  • Adaptarse al cambio
  • Implicación
  • Inteligencia emocional
  • Etc.

Naturalmente que lo primero que se debe determinar es si el candidato es competente para desarrollar la actividad que se requiere, y ello puede comprobarse con su formación y experiencia entre otros elementos.

Una vez determinamos que la persona sí tiene las habilidades que requerimos para desarrollar las tareas que se le asignarán, entonces hay que pasar al siguiente paso y es verificar que esa persona sea buena gente, o lo contrario, que no sea  “mala leche” como se suele decir popularmente.

Un persona “mala leche” es aquella que no hace lo que debe hacer, o hace  lo contrario de lo que debe hacer; es quien actúa de mala fe o con mala intención, quien trabaja con decidida o con negligencia, en otras palabras, que no es honesta.

Una persona que no cumple cabalmente con lo que se ha comprometido es una persona deshonesta. Recordemos que una relación laboral es un intercambio económico, donde una parte vende su fuerza laboral y la otra paga por ella, y quien vende algo debe venderlo en buenas condiciones, pues se ha pagado  por un producto o un servicio que debe ser entregado en las condiciones pactadas.

¿Estará usted a gusto si compra una lavadora que no lava, o que lava la mitad de lo que le dijeron que lavaba? Por supuesto que no. Usted pagó por algo y espera recibir exactamente lo que compró.

Sucede igual con un trabajador. La principal queja del empresario respecto al trabajador es que este no entrega lo que se espera de él. Algunos trabajan a  media marcha; no les importa si lo que hacen queda bien hecho o no terminan de hacerlo en el tiempo esperado. Están más preocupados por la hora de salida, por su Facebook, WhatsApp, por los chismes de la oficina, etc.

El empresario se queja de que a veces el  trabajador no cuida las instalaciones de la empresa ni sus  herramientas, ni a sus clientes. Les de igual se algo se daña o no se puede hacer.

Y este tipo de actitudes son propias de personas que no son honestas, que no son correctas e integrales.

En una nota anterior (¿Su futuro empleado o contratista es buena gente?), hablamos de lo importante que es cuidar el comportamiento tanto dentro como fuera de la casa o de la empresa. Existen muchos pequeños detalles que nos van asignando la etiqueta de buena o mala gente.

¿Es buena gente quién se salta una fila o no paga un pasaje? ¿Es buena gente quien permite que su perro deje heces en frente de la casa del vecino? ¿Es buena gente quien estaciona su carro bloqueando el paso de los demás? ¿Es buena gente quien coloca música o televisión a todo volumen incomodando a quien vive a su lado? ¿Es buena gente quien no paga la comida que le fiaron en la tienda o los $2.000 que le prestó un amigo para el bus? ¿Es buena gente quien no contesta cuando alguien lo saluda? ¿Es buena gente que niega un favor a otra persona? ¿Es buena gente quien tira basura a la calle? ¿Es buena gente quien responde con un insulto cuando alguien le ha llamado la atención por haber hecho algo indebido? ¿Es buena gente que miente o no dice la verdad? ¿Es buena gente quien fuma cigarrillo en la cara de los demás?

Una persona que incurra en cualquiera de esas conductas tiene una alta probabilidad de causar problemas en el trabajo en algún momento, y el objetivo principal del reclutador debería ser identificar si la persona que pretende contratar es buena gente o no.

Un trabajador ideal es aquel que tiene las competencias requeridas, y quien actúa correctamente en cualquier circunstancia, y por supuesto que el empleador debe corresponder siendo buena gente.

Todo para significar que el asunto se reduce a dos cualidades: competente y buena gente.

¿Qué opina usted como trabajador? ¿Y cómo empleador?

Fuente: gerencie.com

29/09/2017